domingo, 30 de marzo de 2014

De dónde son los cantantes


Foto: Arthur Leipzig
Sorprendente que un cantante forastero permaneciera, cada mañana a las ocho, acodado a la barra del bar donde tomo el café mañanero, en una calle carente de notables y famosos. Sorprendía que no hablara ni le hablaran aunque a lo largo de los días comprobé que los camareros lo reconocían; también se ilusionaban con la idea de que el artista, estrella de los ochenta y noventa, ofreciera algún día recitales en el bar mal acondicionado para conciertos, incluso que los diera frecuentemente para atraer clientela.

Sorprendente que se mantuviera tan joven y más sorprendente aún que cada mañana, taciturno, tuviera una caña de cerveza delante, a la hora de los cafés acelerados y de los bollos; sorprendente además que, abrigado con una cazadora impermeable, calzara sin embargo sandalias a las ocho de la mañana, con lo fresca que llega a mi barrio la brisa que viene de la playa; y sin calcetines, a las ocho de la mañana. Sorprendente que no respondiera a los buenos días, alguien acostumbrado a ser reconocido; que sólo conversara, en baja voz, con un asiduo del bar (más bien, el asiduo le hablaba y él escuchaba) o apenas compartiera silencios apáticos.

Hice cuentas. Hacía mucho que no se le oía ni se le nombraba. Habría llegado a estas latitudes posiblemente dando tumbos, ya sin metas artísticas. Pensé: ¿Estaría acabado?, totalmente acabado para la música, si no para más cosas…?  Sorprendente verlo así ahora y, sin embargo, tenerlo en Internet famoso a perpetuidad, y en ebullición creadora interminable. Busqué sus éxitos en Youtube. Tenía talento, recordé: fue una acertada combinación de buen letrista y compositor pegadizo que lo convertía en un indiscutible superviviente de la vieja Movida madrileña. Las últimas noticias lo mostraban actuando en pequeñas salas de concierto con una presencia definitivamente madura, trajeado de chaqueta. Con la misma chaqueta lo vi fotografiado una mañana en varios carteles, en las puertas de un local de mi calle. Le anunciaban las nuevas versiones jazzísticas de sus viejos éxitos de rock hispano.

Seguí haciendo cuentas: el músico que yo encontraba en el bar por las mañanas no parecía capaz de sostener un grupo que viajara con él. Pensé que quienes le contrataran en cada lugar tendrían que facilitarle acompañantes azarosos con los que realizar ensayos de urgencia, compensando con el oficio la escasa compenetración y la ausencia de rodaje en común. ¿Cómo se las arreglaría para negociar esos contratos, siendo casi olvidado y casi vagabundo? ¿Podría pagarse un representante en estos tiempos, con el 21 por ciento del IVA, con el top manta y las descargas ilegales…? ¿Habría tenido al menos un éxito suficiente en esa última actuación que vi anunciada? Me quedé sin saberlo. Un día el cantante desapareció sin avisar siquiera al único parroquiano con el que compartía sus ratos en el bar de los cafés apresurados, donde nunca más oí hablar de él. 

He pensado después que en realidad el artista apareció y desapareció como corresponde a los cantantes: tal como reza la mítica canción, sin que se sepa si son de La Loma o si cantan en el Llano "sus trovas fascinantes."