sábado, 27 de febrero de 2016

LOS DRONES


Doña Frasca, profesora de 2ºD, soñó que los DRONES podian viajar al pasado. Al despertar no pudo reconstruir con exactitud aquel sueño pero sí conservaba la impresión de haber visitado con los DRONES otra vez la casa de sus abuelos, cerca de las plataneras y los establos al límite de la ciudad. Se levantó de la cama rememorando el sonido de las campanas como en todos aquellos domingos casi rurales de su infancia y no pudo reprimir unas lágrimas imprevistas. Preparó el desayuno con una mano; tenía en la otra el pañuelo con el que se secaba la nariz hecha gelatina por el lloro. Los amaneceres de verano dilataban el tiempo hasta la llegada al colegio: se levantaba con menos esfuerzo, se duchaba y se vestía con más decisión y menos abrigo y, al final, se podía desayunar con tiempo ganado, sin tanta prisa aterida a la espalda como en otras estaciones, así que Frasca tuvo tiempo ante el café con leche para pensar a santo de qué había venido aquel sueño con DRONES capaces de viajar al pasado, que ya le gustaría a ella. La noche antes había visto en la 2 un reportaje científico sobre la relatividad del Tiempo y el Espacio. Sería eso, pensó. También recordó de improviso el rumor de que Gedeón, el profe de Matemáticas, había sorprendido dos veces a través de las ventanas un DRON suspendido en el aire y que la dos veces el bicho desapareció planeando silenciosamente. Pero, ay, ese Gedeón ya se sabe: el tipo es un fantasioso, sentenció doña Frasca.

Hacía mucho tiempo que a don Cleofás, de 5ºB, no se le venía ni remotamente a la cabeza aquel trabajo de Literatura sobre El Diablo Cojuelo que siendo estudiante le encargaron elaborar. Ni recordaba en qué curso ocurrió ni quién le impartía aquel año la asignatura, pero sí que la lectura de aquella obrita, incluso en español antiguo, le hizo sonreír muchas veces. Y ahora le hacía sonreír de nuevo, conduciendo hacia el colegio. Desde que oyó hablar de DRONES sobrevolando el centro e invadiendo sus dependencias, imaginó ese aparato con los mismos poderes de aquel diablillo travieso que sabía la vida de todo el mundo. Imaginaba el DRON con la capacidad de ver a través de los techos de las clases y de los despachos sorprendiendo a cada quién en sus costumbres y manías, sus auténticos estilos y recursos. Y eso que, lo más probable, es que lo del DRON dichoso fuera cosa de Gedeón, que es quien por lo visto lo vio, y mira que el tío tiene imaginación, pensó Cleofás; a lo mejor lo que vio fue una paloma.

Doña Paloma, la Orientadora, había oído decir en el progama La Noche en 24 horas que, entre los oficios nuevos que proliferaban, el que ofrecía más puestos de trabajo era nada menos que el de conductor de DRONES. Lo dijo un periodista llamado Estanilao, que es como se llama el novio de Paloma. Y a ese sí, pensaba ella, al Estanislao de mis pecados le pondría yo un DRON sobrevolándole la coronilla, y que le sacara películas de sus idas y venidas, a ver lo que hacía y con quién se veía por ahí, que ése es un laja. Menos mal, seguía ella pensando, que con las nuevas Tecnologías y dando con las aplicaciones adecuadas, a los adúlteros y traidores se les van a poner las cosas difíciles muy pronto, pues el amor es el amor y a veces hacen falta evidencias como castillos para desengañarse de un perfecto caradura. De todas maneras, a Paloma la Orientadora le extrañaba que ese nuevo trabajo, el de conductor de DRONES, estuviera dando tantas oportunidades como decía el periodista. No lo había oído nombrar hasta ahora y no conocía a nadie que hubiera salido del paro con un empleo así. Aquello resultaba tan extraño como el rumor que corría sobre Gedeón; le costaba creer que éste hubiera visto un DRON o dos sobrevolando los pasillos. Dicen que es un soñador y un pelín romántico... no como Estanislao. Ya le preguntaría ella misma a don Gedeón cuando tocara orientarle sobre sus alumnos especiales, que en este curso eran varios: un disléxico, dos hiperactivas y un caracterial de cuidado.

Gedeón creía no haber dicho a nadie que vio al DRON cierto día -se habría olvidado-, así que le extrañó que doña Frasca le preguntara por eso y además le insistiera en lo fantasioso que era él, cuando ella le estuvo hablando de no sé qué viajes al pasado con el pañuelo en una mano, llorosa y moqueando de lo lindo. Don Cleofás también le vino con lo mismo y bromeó sobre lo quimérico que decían que era, pero no se privó de entretenerlo disertando sobre cierto diablo cojo y cotilla que andaba por Madrid en el siglo XVII; él sabría. Tres cuartos de lo mismo con doña Paloma la Orientadora: dale con los rumores de que era un visionario y que flipaba, pero ella bien que hablaba sin empacho sobre conductores de DRONES; además, la mujer le estuvo llamando toso el tiempo Estanislao, a ver a santo de qué.

A la salida, don Gedeón confió en que nadie más le diera la vara con lo mismo, y se entretuvo en especular mentalmente sobre sobre el modo matemático de cortar equitativamente una pizza, sin trampas. Justo en la puerta lo abordó nada menos que el sustituto Torres, el más huidizo y taciturno de los sustitutos, para hablarle, también él, de la misteriosa y pequeña nave:

-Yo siempre los pillo, Gedeón, a los DRONES -le susurró- porque no sé si sabes que son varios... Cuando son enemigos y los veo venir a tiempo agarro la manguera del huerto y los chorreo desde abajo, para descontrolarles el vuelo. Eso a los malos, digo, a los que vienen de la nebulosa Trion. Así los dejo en manos de la flota de los micinos, soldados de la Princesa Micina. Pero, claro, a veces éstos están lejos, enviados a llevar soles concentrados a los agujeros negros esos y aclararles toda la materia oscura. En esos casos me veo solo, defendiendo la posición hasta que Rucano, Gran Sacerdote de la Princesa Micina...

¡Rediez!, pensó Gedeón a modo de resumen.

viernes, 5 de febrero de 2016

EL DRON


Don Gedeón vio apenas de soslayo un DRON suspendido en el aire algo más allá de la ventana abierta del aula. Era una especie de araña metálica del tamaño de un plato de cocina que desvió su atención de la pizarra. En aquellos momentos, Gedeón (o don Gedeón) desplegaba sobre el encerado el desarrollo de una raíz cuadrada al mismo tiempo que lo explicaba de viva voz a los alumnos. Y mientras desentrañaba el embrollo de la raíz cuadrada con su ejemplo desarrollado paso a paso, había tenido cuidado en esquivar las cuartillas coloreadas que el profesor de Religión había grapado en la misma pizarra, con dibujos candorosos y eslóganes edificantes.

Aparecido el DRON, su mente incorporó a la velocidad de la luz nuevas preocupaciones, por ejemplo que lo estuvieran vigilando y que aquello formara parte de algún nuevo plan de las autoridades para tener a raya a los docentes, que según un tal profesor Marina, filósofo mediático, desempeñan su trabajo al margen del necesario control. “¡Rediez!”, condensó el profesor de mates sus temores en rápidos pensamientos: “Esto es un ardid de José Antonio Marina con la connivencia de los mandamases y de su pastelera madre”, pensó. “Seguro que a ese espía volador le dio tiempo a sacarme varias fotos en ráfaga”. 

Otra preocupación inmediata fue que los alumnos hubieran visto aquello: aunque fuera uno solo que pudiera haberlo visto y alertara a los demás, iba a costar calmarlos y contenerlos en sus asientos frustrándoles la oportunidad de alboroto. Pero pasaron los segundos y ni siquiera la niña Vanessa María, con esa dispersión tan importuna, parecía haberse percatado de la visita del DRON. No oyó a nadie decir “¡Don Gedeón (o Gedeón), había algo volando en la ventana!”. Le gustaba que le llamaran Don Gedeón, y se le notaba, y por el contrario se quedaba agrio si sólo oía decir Gedeón, por lo que todo el mundo interpretaba que era amante de la ceremonia y la formalidad, pero lo que en realidad ocurría era que su nombre, sin el don, se pronunciaba muy rápido y sin suavidad, con similitudes groseras (algo así como jodión,hedión...); en cambio, su sentido musical quedaba complacido al oír Don-Ge-de-ón, despacio y con cadencia; sonaba como ban-do-ne-ón y lo transportaba siempre a sus momentos de baile, en un recorrido desde los arabescos elegantes del tango europeo a la gravedad sensual del argentino, cuyas evoluciones más perturbadoras quiso recordar casi al final de la raíz cuadrada. Pero ahí su mente se tuvo que moderar: a su cerebro no le quedaban más áreas o zonas libres que activar al mismo tiempo: en pocos segundos se había ocupado de desarrollar la operación sobre el encerado, explicarla, esquivar los dibujos del de Religión, descubrir el DRON, especular sobre su presencia, echar un vistazo a los alumnos, pensar en su propio nombre y ahora el tango, cuyo recuerdo lo hechizaba. Era demasiado.

Tiempo más tarde, en una hora libre de clases, sí pudo don Gedeón dejarse cautivar por las imágenes y los compases de algún tango al azar, una pista de baile bajo la media luz, el humo sobresaliendo de la penumbra, las caras atentas de la gente sentada sobre los taburetes, una mujer con la falda abierta a lo largo del muslo acometiendo con más vitalidad que el hombre las piruetas y contorsiones de un baile como ese. Subía las escaleras camino al cuarto de materiales en busca de unas cartulinas y un poco de cola cuando le cortó el tango que tenía en la cabeza la visión de Cat Woman frente a él bajando los peldaños, encarnada no como en el cine por una actriz americana sino por una de las madres de alumnos asiduas a las dependencias del colegio. Bajaba ella acentuando el contoneo de sus caderas embutidas en el disfraz ceñido de gata, manteniendo en la mano derecha el extremo de una larga cola, y lo miraba a él retadora y enigmática... “Rediez, reonce y redoce”, pensó Gedeón, que no supo decir nada a viva voz, ni saludar, pero en cambio pudo arrancarse a cantar como para sí.

...conjuro extraño de un amor hecho cadencia
que abrió caminos sin más ley que su esperanza,
mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia,
llorando en la inocencia
de un ritmo juguetón”.

Ni él sabía a santo de qué soltaba los versos de El Choclo en semejante situación pero total, qué más daba... ya puestos en la sorpresa y el disparate. Siguió subiendo aquel tramo de escalera después que la mujer y él se cruzaron sin decirse ni media, él camino arriba y ella abajo con una media sonrisa en la boca. Alcanzó un descansillo que daba a un luminoso corredor de ventanales amplios. Comprobó que aquella Cat Woman no había venido sola. Nada más llegar al último peldaño vio juntas, casi en corro, las encarnaciones de Jessica Rabbit, Vilma Picapiedra, Marjory Simpson Juana Calamidad. A dos metros más allá del grupo, se encontraba Heidi en la amplia encarnadura de una señora corpulenta y pechugona con los mofletes visiblemente coloreados. Las reconoció: era el grupo de madres que temía, por los rumores, no se fueran a celebrar los Carnavales en el colegio aquel año, y advertían de bronca con aquellas audaces apariencias si no se las complacía. Lograron por lo pronto que Gedeón ya no pensara en el DRON, que no había dado más señales de existencia; él sólo se distraía mirándolas, sin pensar en otra cosa, hasta que se oyó gritar a una de ellas:

-¿Quién me ha cogido el culo? -vociferó alarmada la falsa Heidi- Alguien o algo acaba de rozarme.
-¡Pero qué dices, qué te crees! -le contestó Marjory Simpson- Si no hay nadie detrás de ti, mujer.
-Pues alguien me ha tocado por detrás, te lo aseguro.

El DRON apareció entonces alzándose detrás de la mujeres, todavía ocupadas en discutir entre ellas para finalmente desaparecer volando a través de un ventanal. Por segunda vez en la mañana, sólo Gedeón había sorprendido el artefacto en su vuelo silencioso pero, en esta ocasión, aventuró en seguida una sospecha: “¡Rediez, reonce y redoce y todos los números imaginarios que empiezan en re”, pensó, “ahora no tengo claras las intenciones del filósofo Marina!”. Se encogió de hombros y siguió su camino recuperando el hilo del tango interrumpido:

¡Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo,
que ardió en los conventillos 
y ardió en mi corazón".


(continuará)