viernes, 15 de marzo de 2019

PATADAS AL IDIOMA (I)



El discurso de los políticos acostumbra a contener, entre otras lindezas, pares de palabras que en realidad significan cosas muy distintas como si estas fueran gemelas idénticas. Así sucede con los términos vergonzoso  y  vergonzante  cuando se refieren a hechos:  vergonzoso  es algo indigno o ridículo a la vista de los demás;  vergonzante,  en cambio, lo que cada cual hace con disimulo y reparo por propia inseguridad y vergüenza. Pues a pesar de eso se usan con desparpajo y muy a menudo en parejas redundantes, como si significaran lo mismo. Lo que más me sorprende es la insistencia en este tipo de confusiones por parte de líderes y autoridades a quienes se supone auxiliados por equipos de asesores con cargo al Presupuesto.
Por mi parte he pensado -primero como ocurrencia de dudosa gracia- en la posibilidad de restringir por mandato judicial el uso público de la palabra a todos estos profanadores, incluso en establecer para ellos una especie de carnet por puntos para sancionar patadas al idioma así de inexplicables y  vergonzosas, un carnet semejante al que tan buenos resultados ha dado para disuadir de la mala conducción en el tráfico rodado. Pero después he recapacitado y pienso que no sería tan cómico ni descabellado multar a los que, desde la influencia socialmente privilegiada, infringen daño frívolo a un patrimonio colectivo tan añejo y respetable, que compete a tantos millones de almas, como es el idioma que hablamos, nuestro sacudido y pateado idioma: una lengua de siglos en la que se han escrito una buena proprción de las joyas de la cultura, usada por 442 millones de hablantes nativos, tecera en Internet y en la producción de información. Pero pateada.