viernes, 5 de febrero de 2016

EL DRON


Don Gedeón vio apenas de soslayo un DRON suspendido en el aire algo más allá de la ventana abierta del aula. Era una especie de araña metálica del tamaño de un plato de cocina que desvió su atención de la pizarra. En aquellos momentos, Gedeón (o don Gedeón) desplegaba sobre el encerado el desarrollo de una raíz cuadrada al mismo tiempo que lo explicaba de viva voz a los alumnos. Y mientras desentrañaba el embrollo de la raíz cuadrada con su ejemplo desarrollado paso a paso, había tenido cuidado en esquivar las cuartillas coloreadas que el profesor de Religión había grapado en la misma pizarra, con dibujos candorosos y eslóganes edificantes.

Aparecido el DRON, su mente incorporó a la velocidad de la luz nuevas preocupaciones, por ejemplo que lo estuvieran vigilando y que aquello formara parte de algún nuevo plan de las autoridades para tener a raya a los docentes, que según un tal profesor Marina, filósofo mediático, desempeñan su trabajo al margen del necesario control. “¡Rediez!”, condensó el profesor de mates sus temores en rápidos pensamientos: “Esto es un ardid de José Antonio Marina con la connivencia de los mandamases y de su pastelera madre”, pensó. “Seguro que a ese espía volador le dio tiempo a sacarme varias fotos en ráfaga”. 

Otra preocupación inmediata fue que los alumnos hubieran visto aquello: aunque fuera uno solo que pudiera haberlo visto y alertara a los demás, iba a costar calmarlos y contenerlos en sus asientos frustrándoles la oportunidad de alboroto. Pero pasaron los segundos y ni siquiera la niña Vanessa María, con esa dispersión tan importuna, parecía haberse percatado de la visita del DRON. No oyó a nadie decir “¡Don Gedeón (o Gedeón), había algo volando en la ventana!”. Le gustaba que le llamaran Don Gedeón, y se le notaba, y por el contrario se quedaba agrio si sólo oía decir Gedeón, por lo que todo el mundo interpretaba que era amante de la ceremonia y la formalidad, pero lo que en realidad ocurría era que su nombre, sin el don, se pronunciaba muy rápido y sin suavidad, con similitudes groseras (algo así como jodión,hedión...); en cambio, su sentido musical quedaba complacido al oír Don-Ge-de-ón, despacio y con cadencia; sonaba como ban-do-ne-ón y lo transportaba siempre a sus momentos de baile, en un recorrido desde los arabescos elegantes del tango europeo a la gravedad sensual del argentino, cuyas evoluciones más perturbadoras quiso recordar casi al final de la raíz cuadrada. Pero ahí su mente se tuvo que moderar: a su cerebro no le quedaban más áreas o zonas libres que activar al mismo tiempo: en pocos segundos se había ocupado de desarrollar la operación sobre el encerado, explicarla, esquivar los dibujos del de Religión, descubrir el DRON, especular sobre su presencia, echar un vistazo a los alumnos, pensar en su propio nombre y ahora el tango, cuyo recuerdo lo hechizaba. Era demasiado.

Tiempo más tarde, en una hora libre de clases, sí pudo don Gedeón dejarse cautivar por las imágenes y los compases de algún tango al azar, una pista de baile bajo la media luz, el humo sobresaliendo de la penumbra, las caras atentas de la gente sentada sobre los taburetes, una mujer con la falda abierta a lo largo del muslo acometiendo con más vitalidad que el hombre las piruetas y contorsiones de un baile como ese. Subía las escaleras camino al cuarto de materiales en busca de unas cartulinas y un poco de cola cuando le cortó el tango que tenía en la cabeza la visión de Cat Woman frente a él bajando los peldaños, encarnada no como en el cine por una actriz americana sino por una de las madres de alumnos asiduas a las dependencias del colegio. Bajaba ella acentuando el contoneo de sus caderas embutidas en el disfraz ceñido de gata, manteniendo en la mano derecha el extremo de una larga cola, y lo miraba a él retadora y enigmática... “Rediez, reonce y redoce”, pensó Gedeón, que no supo decir nada a viva voz, ni saludar, pero en cambio pudo arrancarse a cantar como para sí.

...conjuro extraño de un amor hecho cadencia
que abrió caminos sin más ley que su esperanza,
mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia,
llorando en la inocencia
de un ritmo juguetón”.

Ni él sabía a santo de qué soltaba los versos de El Choclo en semejante situación pero total, qué más daba... ya puestos en la sorpresa y el disparate. Siguió subiendo aquel tramo de escalera después que la mujer y él se cruzaron sin decirse ni media, él camino arriba y ella abajo con una media sonrisa en la boca. Alcanzó un descansillo que daba a un luminoso corredor de ventanales amplios. Comprobó que aquella Cat Woman no había venido sola. Nada más llegar al último peldaño vio juntas, casi en corro, las encarnaciones de Jessica Rabbit, Vilma Picapiedra, Marjory Simpson Juana Calamidad. A dos metros más allá del grupo, se encontraba Heidi en la amplia encarnadura de una señora corpulenta y pechugona con los mofletes visiblemente coloreados. Las reconoció: era el grupo de madres que temía, por los rumores, no se fueran a celebrar los Carnavales en el colegio aquel año, y advertían de bronca con aquellas audaces apariencias si no se las complacía. Lograron por lo pronto que Gedeón ya no pensara en el DRON, que no había dado más señales de existencia; él sólo se distraía mirándolas, sin pensar en otra cosa, hasta que se oyó gritar a una de ellas:

-¿Quién me ha cogido el culo? -vociferó alarmada la falsa Heidi- Alguien o algo acaba de rozarme.
-¡Pero qué dices, qué te crees! -le contestó Marjory Simpson- Si no hay nadie detrás de ti, mujer.
-Pues alguien me ha tocado por detrás, te lo aseguro.

El DRON apareció entonces alzándose detrás de la mujeres, todavía ocupadas en discutir entre ellas para finalmente desaparecer volando a través de un ventanal. Por segunda vez en la mañana, sólo Gedeón había sorprendido el artefacto en su vuelo silencioso pero, en esta ocasión, aventuró en seguida una sospecha: “¡Rediez, reonce y redoce y todos los números imaginarios que empiezan en re”, pensó, “ahora no tengo claras las intenciones del filósofo Marina!”. Se encogió de hombros y siguió su camino recuperando el hilo del tango interrumpido:

¡Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo,
que ardió en los conventillos 
y ardió en mi corazón".


(continuará)

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