Y
este es casi el único aspecto por el que se suele mencionar de
momento a los animales en esta crisis, con oportuno sesgo
humorístico: se presume que están sirviendo en algunos casos de
salvoconducto para salir a la calle. En alguna que otra ocasión
futura, más adelante, alguien los recordará, alguien dará cuenta
de lo que se hizo con ellos y de cómo también se vieron afectados
mascotas, animales de granja o ganado por las consecuencias de
esta pandemia.
Por
su parte, y según estoy leyendo, Giovanni Bocaccio los tuvo en cuenta
en el Decamerón, su libro de novelitas cortas escrito tras la
epidemia de peste que asoló Florencia en 1348, de cómo fueron
abandonados o directamente comidos los destinados a la cría o a la
obtención de piel o alimento. Eso, entre las demás atrocidades que
se dieron cita entre humanos, causa y consecuencia a su vez de un
clima de descomposición social presidido por el miedo, en el que el
autor nos introduce sin ahorrar ningún rasgo importante pero sin
recargar las tintas en ninguno de ellos, con el mismo equilibrio con
el que logra conjugar la recriminación serena a las conductas
reprochables con la conmiseración solidaria por las víctimas de la
epidemia, la invocación tanto a la piedad como a la actuación
comunitaria y al conocimiento científico.
El
Decamerón fue escrito apenas unos años después de esos hechos, ya a
toro pasado, pero aún así valgan como perspectiva humana y talante
estético tanto esa cruda introducción a la obra como el variado
muestrario pícaro y juguetón -en ocasiones, erótico- que
representan las narraciones que le suceden. En un registro y en el
otro es de agradecer la mesura que aquilata la expresión elegante y
la perspectiva, en espera del tiempo en que sin olvidar el desgarro
de estos días, rememoremos algún día el paseo, ocurrente aunque
fallido, de un hombre y de su gallina.
La imagen es obra de la ilustradora MELI VALDÉS SOZZANI para una edición reciente del DECAMERÓN
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