¿Pero qué les habrá
hecho el verbo oír, oye? Medios de comunicación de máxima
audiencia y no pocos personajes públicos han dejado de emplearlo y
lo sustituyen en todos los casos por escuchar.
Y no se explica. El pobre verbo oír
no es sexista, ni clasista ni xenófobo, que se sepa. Tampoco es una
antigualla en extinción, ni una filigrana para minorías ni una rareza
académica para especialistas. Ni es confuso: tiene un ámbito de
significación delimitado y reconocible: significa desde siempre
percibir por el oído, con capacidad de sensación auditiva e incluso
comprensión aún sin proponérselo.
Es
verdad que desde antiguo ha mantenido una relación de pacífico
parentesco con escuchar
-una sinonimia nada invasiva- sin que ninguno de los dos arrasara el
espacio del otro; si acaso, históricamente había prevalecido oír,
que no se sabe por qué ha sido ahora relegado y expulsado, al menos
del uso mediático en favor de escuchar.
Este último significa oír atendiendo,
con un sesgo voluntario, incluso hacer caso.
Sólo se me ocurre, como explicación apresurada de esta marginación
que el verbo oír ha
sido víctima de un fenómeno de adulación por parte de los medios
de difusión a sus audiencias, por dar a entender
lisonjeramente que sus seguidores no pueden ser simples oyentes sino
personal a la escucha voluntaria e inteligente. Así sin más.
En
fin, que así sin más un día no habrá sentido del oído
sino del escuchado.
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