Las
Academias encargadas de velar por el conocimiento y el buen uso de la
Lengua no van más allá de levantar acta de cuál es el adecuado
empleo de las expresiones y vocablos con que intentamos entendernos
para admitirlas o no, sin condenar ni hacer desaparecer palabras y
expresiones. Ellas, junto con la comunidad especializada, tienen de su parte la ciencia atesorada, el prestigio y el reconocimiento casi general de la
comunidad lingüística, pero también se ven presionadas o
menospreciadas por las gendarmerías
ideológicas que intentan imponer a sus fórmulas. Éstas tienen a su favor
que en estos tiempos no queda en pie principio alguno de autoridad ni
se aceptan criterios de distinción formativos o de mérito. El
conocimiento científico -particular y pasajero- pierde su carácter
de fuente de certeza y, por otra parte es rehén de las grandes
corporaciones que condicionan las sociedades La ciencia -advierte
François
Lyotard-
carece de lenguaje
universal y es hoy por hoy una multiplicidad de sistemas tras el
principio más eficiente. Según el también filósofo Javier
Gomá,
actualmente se otorga valor cultural indiscutible a la simple y libre
emanación instintiva del yo deslegitimando los principios de
autoridad, la costumbre y las creencia colectivas; y, aunque este
fenómeno es una emanación de las libertades sociales consolidadas,
puede incubar formas de barbarie.
Elaboro
estas líneas pensando que son especulativas, y que probablemente
excedan las herramientas teóricas con que cuenta este pobre
escribidor para abordar el asunto, pero pensando al mismo tiempo que,
además de señalar la aparición de ciertas fórmulas en Lengua según el colectivo (rechazo del término mudo o incorporación de prostituidor, por ejemplo) convendría hacerlas objeto de una mirada Sociolingüística, una Sociolingüística que abarque las nuevas influencias colectivas y su expresión en las redes.
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