jueves, 4 de abril de 2019

¡POBRE SALOMÓN!


Para Acoraida del Rosario

A ver, Marcial, tío, ponme una jarra. Hoy me conformo con cerveza, que ya vengo mareado. He estado leyendo a Salomón en la Biblia, al rey Salomón..., ¡el sabio, el sapientísimo, no veas!; no sé si sabes de quién te hablo: hijo del rey David, tercer monarca del Israel unificado... En fin, todo eso. Busca en la Wikipedia cuando puedas, Marcial. Tú eres muy joven para conocer Salomón y la reina de Saba, la película en la que sale Gina Lollobrigida. Imponente en aquel tiempo, oye. ¿No tienes las anchoas que me gustan para acompañar el líquido? Bueno, pues ponme unos manises salados... Pues te decía que vengo mareado porque he estado leyendo sus Proverbios, que es un libro como de consejos y advertencias, y ahí pasa el tío de los vicios a las virtudes, de las virtudes a los vicios, todo en zigzag; en fin, que te mareas... Te dice, por ejemplo, "En el rostro del entendido aparece la sabiduría". Vale, pues a continuación te suelta: "Más los ojos del necio vagan hasta el extremo de la Tierra"... ¿Que por qué me metí yo a leer eso? Por un trabajo de bachiller de mi hijo el pequeño; el cabrón prefiere a la madre, vive con la madre, pero cuando se las ve con algo complicado recurre al viejo, aquí presente. No tengas hijos pequeños, Marcial, tenlos ya mayores, listos para irse a tomar viento. Ve poniéndome esa jarra, que creo que la aguanto.
Pues el Salomón este (o el Salomón aquel, que ya es muy antiguo) no solo te marea con sus contrastes, pasando de una cosa a su contraria, sino que también te desconcierta criticando al que guiña los ojos, al que hace señales con los dedos o habla con los pies... Dime, Marcial, ¿tú me has visto hacer algo de eso a mí, que me he quedado preocupado? Igual es que a Salomón cuesta entenderlo porque era muy inteligente. Le pidió a Dios la sabiduría, por encima de otros dones, y Dios se la concedió; ya ves, se buscó al mejor proveedor y tuvo la mercancía de calidad. Tanto que era un elitista de la inteligencia, tanto que llega a aconsejar no reprender ni corregir a torpes y deslenguados. En cambio dice: "Da al sabio y serás más sabio". Sabía escoger, el jodido. Imagino que todos los consejos que da en su libro los ofrece con ánimo selectivo, para según quién. Y no me reproches que me esté desahogando contigo de los Proverbios, Marcial; desde que la gente se pega al móvil no le da la tabarra al barman, no lo niegues.
Escucha esto, por ejemplo (lo he anotado para no olvidarlo tal cual): "Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa apartada de razón" ¿Eh, cómo se te queda el cuerpo?: la razón, el cacumen...  Pero en cuanto a mujeres hermosas, a mí no me la pega. De repente pone a caer de un burro a alguna convirtiéndola casi al mismo tiempo en una adúltera, en una ramera o en una descocada. Pero, amigo mío, lo hace con un deleite por el que se le escapa el deseo o la nostalgia. En cualquier caso, lo hace con la atención que no dedica a la decente. Ahí lo traiciona la imaginación o el recuerdo. Algo de eso sé yo, que de joven escribía. La creación es muy peligrosa: nunca sabes lo que acarrea. Sí, vale que la describa como astuta, alborotadora y rencillosa, son sus palabras, pero en boca de ella pone palabras de entrega: "Hoy he pagado mi votos, hoy he salido a encontrarte". Y, fíjate, Marcial, a nadie más pone voz en todo el libro de los Proverbios, solo a ella. "He recamado y perfumado mi lecho con áloe, mirra y canela". ¿Lo ves? Qué atención al detalle y qué sensualidad en un libro de consejos. A mí no me engaña, el pobre Salomón debió de perder la sesera por una criatura sensual, una fuerza de la naturaleza de las que esclavizan el corazón sin darse cuenta (o como si no se dieran cuenta), algo para renacer disuelto en sonrisas, por unos ojos que iluminan los aposentos cuando es de noche, por un cuerpo insondable en sus modestas dimensiones; algo instintivo, inconsciente como el peñasco que te aplasta sin saberlo. Ya empiezo a hablar como Salomón, Marcial. Como si el tipo estuviera aquí con nosotros intentando ahogar en alcohol el recuerdo de aquella mujer (llamémosle Gina, como Gina Lollobrigida), la que le hizo sentir tal vez que no era tan grande como se creía, sino un simple mortal. Le haría notar que al fin y al cabo sus territorios los heredó de su padre, sus escritos tenían más autores, y la prosperidad de su reinado se debía también a buenos administradores y generales. Que para mantener un harén de cientos mujeres había que explotar a mucha gente. Sabía dónde dar para demolerte, la tal Gina, aquella Gina... ¡mi Gina,joder! Tú la recuerdas, ¿verdad, Marcialito?, cómo entraba ufana de mi brazo, con un aire tan tierno como desafiante. ¿Te acuerdas de la impresión que causaba  cuando llegaba de la calle buscándome y desbarataba la reunión que tuviera con los muchachos? Ellos no la tragaban. Se la comían con los ojos pero no la pasaban. Ante mi entusiasmo callaban y desviaban la mirada. No me advertían de un probable hogar roto, de la familia descompuesta, aunque lo pensaran. Tampoco me habría importado, Marcial, del mismo modo que no me creí aquel abandono, el paso del esplendor a la soledad tan cruel, tan sin motivo, tan indiferente...
Te lo confieso a ti porque no están los demás: aún deseo que aparezca, de vez en cuando. Me lo reprocho, no creas; me maldigo, pero aún tengo la necesidad de comprobar que era real, que todo aquello sucedió. No sé si habrá vuelto a pasar por aquí. Tampoco tú me lo dirías. En fin, Marcial, tómate una cerveza conmigo, que el bar está casi vacío. Si aparece... si Gina apareciera, dile que los Proverbios tenían razón, aunque no sea verdad, dile que la blandura de sus palabras convirtieron en bocado fácil el alma de este varón, pero que nunca volverá a pasar. Díselo aunque no le importe. Y a mí que me parta un rayo, Marcialito.



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