Sr. Director de Enigmas
a pie de calle, Virtualvisión:
Para una mejor valoración de las fotos que le adjunto en mi mail, debo decirle que
fueron tomadas con cámara digital modesta, tanto que cuando la luz desciende en
picado durante la toma sobre el cristal del monitor, éste espejea, y me
devuelve el reflejo de mi propio ojo –con sus párpados y pestañas y todo-
superpuesto al motivo elegido y estorbándome su visión, por lo que a veces
acabo disparando guiado sólo por la intuición o el cálculo resignado.
Conviene que además advierta a los expertos de su
programa que la Iglesia de San Petronio, en Bolonia, es de las pocas iluminadas
por el sol a lo largo del día y así se explicarán la relativa precipitación con
que, deslumbrado, hice las tomas sin ir comprobando in situ el resultado de las mismas. Sólo cuando más tarde intenté
descansar en los alrededores de la Piazza di Nettuno me apresuré a descubrir el
posible acierto o encanto de mis disparos, observando una a una las imágenes
que habían quedado grabadas. No tenía fiebre ni me dolía la cabeza; no tenía
los ojos irritados y mi visión era nítida pero, aunque al principio incrédulo
por los resultados fotográficos que repasaba en calma, no he podido sino
aceptar que estas imágenes que les envío para su análisis no se corresponden de
ningún modo con las que tuve delante en San Petronio y sus exteriores.
La primera serie, que debió impresionar la memoria
de mi cámara con las veintiséis famosas figuras de profetas que yo veía en la
realidad, muestra en cambio en diversos ángulos un infierno repleto de papas,
cardenales, reyes y prelados lujuriosos, ensartados en el asador o traspasados
por saetas, tal como los pintara Giovanni da Modena sobre el ventanal de una de
las capillas. Asimismo, las fotos que debieron corresponder al monumento
funerario del falso y depuesto primer Juan XXIII, obra de Donatello, han sido
suplantadas por la imponente estatua en bronce de otro pontífice, que por su
apostura y actitud mosaica, por su musculatura en tensión, no puede ser sino
aquella con la que Miguel Ángel dignificó a Julio II, sólo que esa estatua fue
más tarde derribada, descompuesta y fundida para uso de la artillería y ya no
existe, así que no sé qué hace en mi máquina fotográfica.
No pienso aburrirlo con más explicaciones sobre las
distintas series de tomas que pretendí y las que acabé haciendo. Sólo le diré
que todas las imágenes que les remito coinciden en retratar la Bolonia digna y
levantisca que desafió a papas y emperadores desde su primera Comuna, la que se
enfrentó a la esclavitud y se mantuvo erguida durante la invasiones francesa y
austríaca y ahora, al parecer, ha tomado al asalto y sin el concurso de mi
voluntad estos píxeles enigmáticos.
No dudo de que los expertos de su interesante
programa emitirán sobre este caso un dictamen desapasionado y tranquilizador,
acorde con mi propio escepticismo de siempre. Pero sea cual sea el resultado de
su escrutinio, yo ya me he propuesto viajar de aquí en adelante con una cámara
de mejor óptica y, sobre todo, a lugares sobre los que jamás haya leído y donde
halle más posibilidades de fotografiar estrictamente lo que veo y no lo que tal
vez habite en mi sesera.
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