Foto: Arthur Leipzig |
Sorprendente
que un cantante forastero permaneciera, cada mañana a las ocho, acodado a la
barra del bar donde tomo el café mañanero, en una calle carente de notables y
famosos. Sorprendía que no hablara ni le hablaran aunque a lo largo de los días
comprobé que los camareros lo reconocían; también se ilusionaban con la idea de
que el artista, estrella de los ochenta y noventa, ofreciera algún día recitales en el bar mal acondicionado para conciertos, incluso que los diera
frecuentemente para atraer clientela.
Sorprendente
que se mantuviera tan joven y más sorprendente aún que cada mañana, taciturno,
tuviera una caña de cerveza delante, a la hora de los cafés acelerados y de los
bollos; sorprendente además que, abrigado con una cazadora impermeable, calzara sin embargo sandalias a las ocho de la mañana, con lo fresca que llega a mi barrio la brisa
que viene de la playa; y sin calcetines, a las ocho de la mañana. Sorprendente
que no respondiera a los buenos días, alguien acostumbrado a ser reconocido;
que sólo conversara, en baja voz, con un asiduo del bar (más
bien, el asiduo le hablaba y él escuchaba) o apenas compartiera silencios apáticos.
Hice cuentas.
Hacía mucho que no se le oía ni se le nombraba. Habría llegado a estas latitudes
posiblemente dando tumbos, ya sin metas artísticas. Pensé: ¿Estaría acabado?, totalmente
acabado para la música, si no para más cosas…? Sorprendente verlo así ahora y, sin embargo, tenerlo
en Internet famoso a perpetuidad, y en ebullición creadora interminable. Busqué
sus éxitos en Youtube. Tenía talento, recordé: fue una acertada combinación de
buen letrista y compositor pegadizo que lo convertía en un indiscutible
superviviente de la vieja Movida madrileña. Las últimas noticias lo mostraban
actuando en pequeñas salas de concierto con una presencia definitivamente
madura, trajeado de chaqueta. Con la misma chaqueta lo vi fotografiado una
mañana en varios carteles, en las puertas de un local de mi calle. Le anunciaban
las nuevas versiones jazzísticas de sus viejos éxitos de rock hispano.
Seguí
haciendo cuentas: el músico que yo encontraba en el bar por las mañanas no
parecía capaz de sostener un grupo que viajara con él. Pensé que quienes le
contrataran en cada lugar tendrían que facilitarle acompañantes azarosos con
los que realizar ensayos de urgencia, compensando con el oficio la escasa
compenetración y la ausencia de rodaje en común. ¿Cómo se las arreglaría para
negociar esos contratos, siendo casi olvidado y casi vagabundo? ¿Podría pagarse
un representante en estos tiempos, con el 21 por ciento del IVA, con el top
manta y las descargas ilegales…? ¿Habría tenido al menos un éxito suficiente en
esa última actuación que vi anunciada? Me quedé sin saberlo. Un día el cantante
desapareció sin avisar siquiera al único parroquiano con el que compartía sus
ratos en el bar de los cafés apresurados, donde nunca más oí hablar de él.
He pensado después que en realidad el artista apareció y desapareció como corresponde a los cantantes: tal como reza la mítica canción, sin que se sepa si son de La Loma o si cantan en el Llano "sus trovas fascinantes."
No hay comentarios:
Publicar un comentario