domingo, 19 de septiembre de 2021

LA CITA




Acordamos salir un lunes nueve.

Quedo anclado a esta cita tan sumaria,

débil, difusa y bella luminaria

que avivaré estos días, llueva o nieve.


Esta espera, después que uno se atreve

a invitarte a una noche extraordinaria,

por la ciudad me arrastra como a un paria

presa del primer viento que me lleve:


me anticipo en los clubes y salones,

los karaokes y las discotecas;

¡todo puede ocurrir en esa noche,


todo o nada, entre bares y mesones!,

y en cada todo o nada tan a secas

Ana Belén nos canta su Derroche.


 


ÁLEX, EL MANIGUA




Porque volvió la cara hacia mí por única vez para burlarse y no sé porqué, la mierda de vieja, porque me enfiló manteniendo la provocación con el ojo de acá, porque nunca antes me había prestado atención y fue esa vez, precisamente cuando me quedé mirando el interior del cochecito que empujaba viendo que no había niño dentro sino un triste muñeco en lugar de una criatura, un muñeco envuelto en una frazada de papeles, cuando pensé qué triste, qué tragedia debe haber aquí, y pensé también en la cantidad de veces que nos habíamos cruzado sin que yo me diera cuenta de lo que llevaba en el coche aquella vieja cubierta de harapos, mirando al frente siempre, como embobada, y cuando voy y me apiado, cuando la tengo en cuenta impresionado por aquel muñeco pelón, un juguete ya tan sucio como las greñas de pelo gris que le caían a ella por la cara, va y se burla con una media sonrisa y me mantiene la vista subiendo una de las cejas, ¿tal vez por mi párpado caído? Fue sin pensar que, en vez de ir a por ella, le arrebaté el muñeco, ella se sobresaltó primero, lloriqueando, y le oí una voz joven y clara que no me esperé antes de que intentara cortarme el paso hacia el malecón, desde donde yo habría lanzado el muñeco al mar, hacia lo más hondo, donde vaca no brama ni hijo por su madre llama, para que la mirada aquella saliera de mí, de mi carne y de mis nervios. Me volví hacia el muro dejándola a ella atrás pero volvió a alcanzarme y se aferró a mis ropas, aunque ahora lloraba con un berrido de socorro, un grito rajado antes de quedarse sin voz cada vez. La lancé fuera de mí con un empujón y cayó sobre el terraplén donde nos habíamos cruzado; yo golpeé la cabeza del muñeco contra el muro y el muñeco lloró, esta vez fue el muñeco y no ella, un llanto grabado pero que se oyó verdadero, ya que entonces se acercó la gente creyendo tal vez que reventaba la cabeza de un recién nacido. Vi que se acercaron los del Bárbara Bar, donde yo había estado alguna vez, una de ellas escuchando a otro viejo, un pesado que me hablaba a mí, pero también a todos los demás, contándome una historia de matanzas en una aldea olvidada. Se acercaron también los jóvenes que descansan todas las noches reunidos sobre el muro, fumando sus porquerías, y cuando los vi que se aceleraban hacia mí, atendiendo a los berridos de la vieja, corrí por el terraplén camino hacia la barriada hasta alcanzar la pendiente, oyendo a mis espaldas a la mujer mugrienta insultándome con su voz de mugre destartalada, yo no la entendía como tampoco entendí del todo al viejo del bar, a ver de dónde sale tanto viejo desquiciado y por qué la tomarán conmigo. Corrí por los callejones empinados que atraviesan hasta la montaña el barrio de casas ilegales amenazadas de demolición, trepé por los muros agarrándome a las lascas de piedras adosadas y recorrí azoteas por donde no podían verme, me colé por pasajes sin luz tan estrechos que apenas habríamos cabido otra persona y yo si nos cruzábamos, sólo mi sombra y yo, uno junto al otro, San Marcial y San Marcelino van juntos por un camino. Camino arriba, al paso de mi carrera, veía de refilón, entre aquellas construcciones desnudas e incompletas, familias sentadas frente al televisor, dormitorios de niños de verdad cubiertos con mantas limpias, cocinas provistas de todo donde trasteaban mujeres y todo lo que mantiene el orden y la confianza, y finalmente vi, estoy casi seguro, en una de las últimas casas de las que ya van dando a la montaña, a dos mujeres frente a frente que parecían estar acariciándose hasta que a mi paso una se separó de la otra para acercarse a la ventana y correr la cortina. Yo pensé córtese el susto, no se corte con cuchillo ni martillador martillo, diciendo el ensalmo para ayudarme a correr siguiendo el compás y también para desendemoniarme, y cuando empezaba a reconstruir con detalle lo que apenas pude observar de golpe, el sudor ardiente me llegó a los ojos, me tropecé con una carretilla y caí como pude para no hacerme daño, y me imaginé a la vieja llegando hasta mí con una taza de hierbas para los miembros golpeados pero con ojos de mala intención.

Vi una casa que me pareció vacía, sin luz ni ruidos; salté a una ventana apoyándome primero con los codos, luego con los brazos, sentí que el cuello y la espalda se me contraían, me recorrió un dolor cortante por un costado pero me aguanté el grito, no oía nada atrás, ningún ruido de persecución, pero podía ser por el nerviosismo de la huida, así que me aguanté, contuve la queja como pude por los ángeles del cielo y las misas del misal y las tres palabras fuertes que dicen en el altar. Doblé el cuerpo y caí adentro, caí sobre el suelo en lo que parecía una alcoba sin amueblar del todo, caí de espaldas por el impulso que tomé dando una vuelta completa. Hice ruido con las palmas de las manos abiertas con las que contuve el peso de la cabeza y los hombros; también debí hacer ruido con el golpe de los talones al quedar tendido pero no se abrió ninguna puerta, tampoco sentí pasos de momento. En lo que respiraba con la boca abierta, ya por una vez con el cuerpo abandonado y entregado a lo que pudiera pasar, pensé de nuevo en aquellas dos mujeres sin camisa que se acariciaban por la cintura y los costados mirándose fijamente, y a punto estuve de reírme imaginando que me sorprendieran ahora caliente, pero se me borró la imagen porque apareció la vieja en mi cabeza como entrometiéndose en la escena de aquellas dos en sujetador; se me fue el agrado pecaminoso y me vino de nuevo la pena, no la ira que me dio ni el miedo que vino después sino esta pena sin sentido, si hubiera visto a un niño de verdad en aquel cochecito no me habría conmovido tanto pensando en la anciana que camina noche tras noche recorriendo el mismo tramo cercano al malecón, viniendo tal vez desde muy lejos o camino de algún lugar más lejano aún, en silencio y mirando sólo adelante, ni siquiera al muñeco que ya no va a pasear más porque es como si le hubiera matado un hijo, en eso no había pensado, si para ella era su niño, uno perdido tiempo atrás o el que esperó siempre sin poder tenerlo, yo soy un asesino igual que si le hubiera desmembrado a un bebé de carne y hueso. Sigo estando en esa habitación, oigo que suenan pasos pero estoy sin ganas de levantarme, tal vez la casa esté ocupada en una parte mientras la otra permanece en obras, tampoco sería de extrañar; he subido por callejas empedradas, pasadizos de tierra y capas de cemento en vez de asfalto, y he corrido entre casas de bloques desnudos que cubrían interiores con luz y calor de costumbre. Tal vez la gente de esta casa haya estado esperando para decidirse a buscar donde oyeron mi caída pasada la sorpresa, o tal vez la partida de jóvenes haya llegado hasta aquí y hayan dado aviso. No puedo ver más que unos muros blanquecinos, una espátula, una brocha y un bote que huele a pintura, un bulto que recuerda una cama y se me agolpan las imágenes, la cabeza del crío quebrándose, los dos llantos que sacaban de quicio, la gente que vi acercándose, yo convertido en alguien conocido por unos gritos tras de mí. Alguien dijo “Es Álex” pero no en eso había caído en la cuenta hasta ahora: alguien me reconoció. Pudo ser un parroquiano del bar, alguno de los pocos que supo mi nombre las veces que fui sin que estuviera el viejo de la primera vez, aunque se le siguiera viendo en una de las fotos que cubren las paredes donde están siempre en primer plano futbolistas de ligas locales que se retratan junto al dueño, en una de ellas el viejo largo y huesudo, el viejo de la voz profunda, cubriéndose la cara y empequeñecido. Yo pensaba que más tarde o más temprano yo estaría en una de aquellas fotos por simple ley de vida si seguía yendo al Bárbara Bar, que me codearía con todos a mi manera sin que me relacionaran ya con el viejo, sobre el que seguían preguntándome porque después de aquella historia sangrienta que contó ya no se le volvió a ver por allí, lo que sí está claro, y no me cabe la menor duda, es que alguien dijo Álex y que tal vez añadió mi nombrete, El Manigua, y en ese caso no podía ser otro que mi compadre, el que traía esta noche género robado, ya ni acordarme, el tipo roba por vicio y no por necesidad, ve alguna cosa y no puede contenerse aunque luego no le sirva ni le apetezca. Si no dejo de pensar oiré decir Álex sin que lo diga nadie, y estoy asustado. No sé cuanto tiempo ha pasado y ahora se me hace extraño lo ocurrido, y la huida desesperada cuando a lo mejor nadie corría detrás de mí. Ya no sé si de verdad vi a aquellas mujeres abrazándose por la cintura, o si ellas me vieron tal vez pasar como un rayo y mirar un instante sin poder distinguir por la sorpresa, sin querer molestar porque a mí qué me importa ¿no?, pero el infierno es esto, molestar donde no lo pretendo, sembrar el recelo cuando intento acercarme, que me ofenda la vieja cuando me compadezco y acabar yo maltratando lo que más me conmueve, que se dirija a mí un matusalén que no habla nunca con nadie para entretenerme con crímenes y locuras a la vista de todos; que aparezca yo durante unos abrazos que por otra parte tenían lugar con la ventana abierta y las luces encendidas, pero creo que ni eso serviría en mí descargo porque tal vez no baste hacer las cosas sin mala voluntad, que venga todo a mí sin buscarlo, cuando se tienen estas espaldas cargadas de mono, y este cuello, y esta calva y este párpado caído. Oigo ruidos muy cerca, y murmullos, pero ya de quién; a esta hora se sabrá de sobra que aquello era un muñeco aunque era un niño, hará tiempo que la anciana habrá sido atendida, que las dos mujeres se hayan desvestido totalmente y descansen desnudas si una de ellas no se ha marchado hasta una próxima vez en que correrán por lo menos la cortina, que se hayan apagado los televisores menos en algún recibidor donde dura una reunión hasta altas horas. ¿Quién anda por ahí, cada vez más cerca?, alguien que no puede pegar ojo; las puertas de aquel bar se habrán cerrado y la chica que atiende habrá acabado el paseo con el baboso que la ronda. Mi compadre no puede ser porque ya me habría hablado en voz alta, y a esta hora habrá despachado al hombre que roba por gusto temiendo perderlo para siempre al no poderse cerrar esta noche ningún trato, al viejo extraño se lo ha llevado hace tiempo el viento tirando de sus ropas y no puede haber llegado hasta aquí para contarme historias de muerte, qué tiene que hacer nadie aquí si hasta el Demonio, que sabe me llamo Álex, me ha dejado de su mano porque, a ver, si el recelo que causo en todos se ha convertido para mí en una manera de estar, incluso una seguridad como si me temieran, como si vieran en mí la marca de su pezuña, dónde está el pacto firmado para garantizarme los honores del mundo, los placeres y las riquezas, dónde la flor de las vírgenes y la castidad de las monjas o la constante embriaguez. Ya podrían decirme quiénes son los que me están agarrando, yo ya me he presentado, me llamo Álex como habrán oído, así que suéltenme tanto si son adoradores de Baal o demonios o ángeles, no tienen derecho a esto, sólo les veo el brillo de los pares de ojos que me rodean como vi el brillo de la maldad en la anciana mientras me mantenía una sonrisa que parecía ser disimulada pero sólo para ofender más, o el de los ojos cubiertos de cejas tupidas en el viejo que en el bar nos advertía de que el mal está en todos pero en algunos más, y pueden estar seguros que era el mismo hombre arrogante, entrado en años, con barba gris que seduce a las herejes. Son señales de que lloverá fuego y las trompetas darán entrada al grito que iniciará la gran demolición: déjenme de una vez o díganme quiénes son, yo les he dicho que me llamo Álex, me llamo Álex y conozco al Diablo.