“¡A cuántos desgraciados que regresan al cabo de los años,
cambiados, irreconocibles, casi sin memoria, no se habrán disputado hermanas,
mujeres, madres, madres sobre todo! ‘¡Es mío!’ ‘¡No, mío!’ Y no porque vieran
el parecido, no, sino porque así lo
habían creído, porque así habían querido creerlo… Y de nada sirven pruebas en
contra cuando se quiere creer…”
Luigi Pirandello, Como tú me quieres.
No sólo la materia aborrece el vacío. La
fantasía y la nostalgia tienden a tapar los huecos que dejan a su paso el
olvido y las desapariciones. Un hombre hallado hace unos años en las playas de Kent, al sureste de
Londres, sin hablar y sin documentación que lo identificara, con amnesia
probable, fue ingresado en un centro sanitario hasta que se restableció y se
decidió a decir algo.
-¿Piensas hablarnos hoy?- le espetó un día una enfermera
impaciente.
-Sí, creo que lo haré- respondió al fin para sorpresa del personal.
Se trataba de un joven alemán que había
perdido su trabajo en París y había llegado dando tumbos con intenciones suicidas hasta la misma costa británica. Al principio apenas concedió como única expresión de sí mismo la realización de un excelente dibujo de un piano, por lo que fue conocido en los titulares y los noticiarios del mundo como Pianoman. Se supuso que podía ser un músico y no tardó en extenderse
en los medios que el desconocido tocaba ese instrumento de maravilla, y que con
él ejecutaba interpretaciones de El Lago
de los Cisnes, falsedad que se encargó de desmentir cabalmente el Dayly Mirror semanas después: según las
declaraciones de quienes lo habían cuidado, era incapaz de tocar una nota.
Arnaud
du Tihl (S. XVI) se hizo pasar por otro tipo: Martin Guerre, de la localidad
vecina de Artigue (Gascuña), que tiempo antes se había esfumado dejando
abandonados a su mujer y su hijo. El impostor fue aceptado por la esposa del
desaparecido, con la que convivió, yació y tuvo otra descendencia. Las
pesquisas de un desconfiado tío de Martin Guerre, Pierre, dieron al traste con
la farsa de Arnaud. Después de hablar con la esposa de su sobrino, Bertrande, la
convenció para que denunciara al suplantador, que fue juzgado y ejecutado en la
horca en 1.560. Al tiempo, y como por arte de magia, reapareció el verdadero
Martin Guerre, que retomó su vida en todos los aspectos en su pueblo de
Artigue.
Las recreaciones literarias del hecho, algún ensayo histórico
que ha motivado (Le retour de Martin Guerre, de Natalie Zemon Davies) y el film
inspirado en el caso, protagonizado por Gerard Dépardieu, giran en torno a la
sospecha de que la esposa del desaparecido hubiera sido, más que engañada,
cómplice del engaño del usurpador Arnaud, que al parecer le había dado mejor
vida que la que le daba su legítimo. ¿Le ocurriría lo mismo al resto de cuantos lo trataron?
Las guerras duraderas, las diásporas y las catástrofes con muchos desaparecidos pintan calva la ocasión para impostores y aprovechados. El caso más complejo y jugoso se resume con agudeza en el grato libro del novelista Leonardo Sciacia El teatro de la memoria. El autor recupera los acontecimientos que tuvieron entretenida y en algún momento crispada a la sociedad italiana a partir del cuarto año de la era fascista.
Según fueron dejando
claro las pesquisas policiales, Martino Bruneri, turinés, tipógrafo y
expresidiario, simuló amnesia para huir de la cárcel tras ser apresado. Fue recluido por "trastorno mental depresivo" en un psiquiátrico de Collegna. Su foto en los periódicos presentaba un vago
parecido con el recuerdo y las imágenes conservadas del profesor de filosofía Giulio
Canella, antiguo consejal de Verona, movilizado por segunda vez en la Gran
Guerra y desaparecido en combate en Macedonia en 1.916. El parecido absoluto de
los dos hombres fue desmentido de inmediato por la ausencia en el tipógrafo de
dos rasgos característicos del combatiente -un lunar y una vieja cicatriz- y
por comparaciones biométricas posteriores. Aunque el embustero era hombre de
una cierta cultura (era lector de Nietzsche, Freud, Cyrano de Bergerac y de novelas
eróticas) desconocía las referencias propias de los intereses y la especialidad
filosófica neoescolástica del
profesor Canella. Las huellas del impostor coincidieron con las que se le
tomaron al antiguo tipógrafo en tres estancias carcelarias, entre 1921 y 1922.
Fue reconocido sin dudas ni contradicciones como Martino Bruneri por su verdadera
familia, por su amante abandonada y por compañeros de profesión.
Aún así, a
pesar de todo, siguieron identificándolo con firmeza como Giulio Canella
la mujer y parte del entorno social del profesor perdido. La opinión pública y
publicada se dividió en “canelianos” -que se arrogaban la causa del patriotismo
en defensa de sus posiciones- y en “brunerianos”. La disputa social y mediática
se prolongó lo que la sucesión de sentencias y recursos en las que las dos
familias reclamaron sin cejar al que se conoció como “el desmemoriado de
Collegna”. Las habilidades del impostor contribuyeron bastante a la invariable
persistencia de aquella confusión. Éste aprovechaba toda la información que,
sin darse cuenta, le iban proporcionando los allegados del profesor cuando le
interrogaban sobre sus posibles recuerdos.
Poco a poco se fue apropiando de los hechos, las palabras y los gestos
que se recordaban del desaparecido. Su capacidad de simulación le facilitaba
montar escenas oportunas cargadas de emotividad cuando le convenía. Ante personas
de cuya identidad no estaba seguro, volvía a recurrir a los restos de su
declarada amnesia, como cuando lo confrontaron por primera vez con Giulia
Canella, la esposa del profesor.
-¡No consigo reconocer a esta mujer -dijo, simulando una gesticulante conmoción- como no reconozco a ninguno de los que conocí de joven, aunque al verla he sentido una emoción que no sabría explicar..!
En junio de 1.931, y tras un juicio de apelación, una sentencia avalada posteriormente
por el Tribunal de Casación dio fin a aquellos años de litigio declarando que sin
lugar a dudas el hombre que se hacía pasar por Giulio Canella era en realidad
Martino Bruneri, de Turín, tipógrafo, casado con Rosa Negro. Sin que en el
presente se sepa cómo pudo burlar el control omnímodo de un estado totalitario,
el fingidor logró trasladarse a Brasil como el profesor Canella en compañía de
Giulia Canella, con quien convivía y con quien había engendrado una niña. Allí
logró, ya inútilmente, reproducir y prolongar la vieja gresca de su impostura, poniendo
de su parte en ocasiones medios de comunicación general y publicaciones
jurídicas o científicas. En 1.935 publicó de su propia mano, como resumen
histórico a favor de sus tesis, Depois
de oito annos de lucta.
La adversaria familia Bruneri propuso años después a Giulia Canella, ya fallecido Martino, participar en el guion de una película que
contase una “bella” versión sobre el caso, incluso desplazando la “verdadera”,
con el sano propósito de repartirse después los beneficios. Fue sin éxito. Tal como
reflexiona Sciascia al final de su crónica, ella ya tenía su “bella” historia y se habían rodado ya dos películas sobre el caso, tituladas las dos El desmemoriado.
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