Don
Gedeón vio apenas de soslayo un DRON suspendido en el aire algo más
allá de la ventana abierta del aula. Era una especie de araña
metálica del tamaño de un plato de cocina que desvió su atención
de la pizarra. En aquellos momentos, Gedeón (o don Gedeón)
desplegaba sobre el encerado el desarrollo de una raíz cuadrada al
mismo tiempo que lo explicaba de viva voz a los alumnos. Y mientras
desentrañaba el embrollo de la raíz cuadrada con su ejemplo
desarrollado paso a paso, había tenido cuidado en esquivar las
cuartillas coloreadas que el profesor de Religión había grapado en
la misma pizarra, con dibujos candorosos y eslóganes edificantes.
Aparecido
el DRON, su mente incorporó a la velocidad de la luz nuevas
preocupaciones, por ejemplo que lo estuvieran vigilando y que aquello
formara parte de algún nuevo plan de las autoridades para tener a
raya a los docentes, que según un tal profesor Marina, filósofo
mediático, desempeñan su trabajo al margen del necesario control.
“¡Rediez!”, condensó el profesor de mates sus temores en rápidos
pensamientos: “Esto es un ardid de José Antonio Marina con la
connivencia de los mandamases y de su
pastelera madre”, pensó. “Seguro que a ese espía volador le dio
tiempo a sacarme varias fotos en ráfaga”.
Otra
preocupación inmediata fue que los alumnos hubieran visto aquello:
aunque fuera uno solo que pudiera haberlo visto y alertara a los
demás, iba a costar calmarlos y contenerlos en sus asientos frustrándoles la oportunidad de alboroto. Pero pasaron los segundos y ni siquiera la niña Vanessa
María, con esa dispersión tan importuna, parecía haberse percatado
de la visita del DRON. No oyó a nadie decir “¡Don Gedeón (o
Gedeón), había algo volando en la ventana!”. Le gustaba que le
llamaran Don Gedeón, y se le notaba, y por el contrario
se quedaba agrio si sólo oía decir Gedeón, por lo
que todo el mundo interpretaba que era amante de la ceremonia y la
formalidad, pero lo que en realidad ocurría era que su nombre, sin
el don, se pronunciaba muy rápido y sin suavidad, con similitudes
groseras (algo así como jodión,o hedión...); en
cambio, su sentido musical quedaba complacido al
oír Don-Ge-de-ón, despacio y con cadencia; sonaba
como ban-do-ne-ón y lo transportaba siempre a sus
momentos de baile, en un recorrido desde los arabescos elegantes del
tango europeo a la gravedad sensual del argentino, cuyas evoluciones
más perturbadoras quiso recordar casi al final de la raíz cuadrada.
Pero ahí su mente se tuvo que moderar: a su cerebro no le quedaban
más áreas o zonas libres que activar al mismo tiempo: en pocos
segundos se había ocupado de desarrollar la operación sobre el
encerado, explicarla, esquivar los dibujos del de Religión,
descubrir el DRON, especular sobre su presencia, echar un vistazo a
los alumnos, pensar en su propio nombre y ahora el tango, cuyo
recuerdo lo hechizaba. Era demasiado.
Tiempo
más tarde, en una hora libre de clases, sí pudo don Gedeón dejarse
cautivar por las imágenes y los compases de algún tango al azar,
una pista de baile bajo la media luz, el humo sobresaliendo de la
penumbra, las caras atentas de la gente sentada sobre los taburetes,
una mujer con la falda abierta a lo largo del muslo acometiendo con más vitalidad que el hombre las piruetas y contorsiones de un baile como ese. Subía las escaleras camino al cuarto
de materiales en busca de unas cartulinas y un poco de cola cuando le
cortó el tango que tenía en la cabeza la visión de Cat
Woman frente a él bajando los peldaños, encarnada no como
en el cine por una actriz americana sino por una de las madres de
alumnos asiduas a las dependencias del colegio. Bajaba ella acentuando el
contoneo de sus caderas embutidas en el disfraz ceñido de gata, manteniendo
en la mano derecha el extremo de una larga cola, y lo miraba a él retadora y enigmática... “Rediez, reonce y redoce”, pensó
Gedeón, que no supo decir nada a viva voz, ni saludar, pero en cambio pudo
arrancarse a cantar como para sí.
“...conjuro extraño de un amor hecho cadencia
que
abrió caminos sin más ley que su esperanza,
mezcla
de rabia, de dolor, de fe, de ausencia,
llorando
en la inocencia
de
un ritmo juguetón”.
Ni
él sabía a santo de qué soltaba los versos de El Choclo en
semejante situación pero total, qué más daba... ya puestos en la
sorpresa y el disparate. Siguió subiendo aquel tramo de escalera
después que la mujer y él se cruzaron sin decirse ni media, él camino
arriba y ella abajo con una media sonrisa en la boca. Alcanzó un
descansillo que daba a un luminoso corredor de ventanales amplios.
Comprobó que aquella Cat Woman no había venido
sola. Nada más llegar al último peldaño vio juntas, casi en corro,
las encarnaciones de Jessica Rabbit, Vilma Picapiedra,
Marjory Simpson y Juana Calamidad. A dos
metros más allá del grupo, se encontraba Heidi en
la amplia encarnadura de una señora corpulenta y pechugona con los
mofletes visiblemente coloreados. Las reconoció: era el grupo de
madres que temía, por los rumores, no se fueran a celebrar los
Carnavales en el colegio aquel año, y advertían de bronca con
aquellas audaces apariencias si no se las complacía. Lograron por
lo pronto que Gedeón ya no pensara en el DRON, que no había dado
más señales de existencia; él sólo se distraía mirándolas, sin
pensar en otra cosa, hasta que se oyó gritar a una de ellas:
-¿Quién
me ha cogido el culo? -vociferó alarmada la falsa Heidi-
Alguien o algo acaba de rozarme.
-¡Pero
qué dices, qué te crees! -le contestó Marjory Simpson-
Si no hay nadie detrás de ti, mujer.
-Pues
alguien me ha tocado por detrás, te lo aseguro.
El
DRON apareció entonces alzándose detrás de la mujeres, todavía
ocupadas en discutir entre ellas para finalmente desaparecer volando a
través de un ventanal. Por segunda vez en la mañana, sólo Gedeón
había sorprendido el artefacto en su vuelo silencioso pero, en esta
ocasión, aventuró en seguida una sospecha: “¡Rediez, reonce y
redoce y todos los números imaginarios que empiezan en re”, pensó,
“ahora no tengo claras las intenciones del filósofo Marina!”. Se
encogió de hombros y siguió su camino recuperando el hilo del tango
interrumpido:
“¡Misa
de faldas, querosén, tajo y cuchillo,
que
ardió en los conventillos
y ardió en mi corazón".
(continuará)
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