Doña
Frasca, profesora de 2ºD, soñó que los DRONES podian viajar al
pasado. Al despertar no pudo reconstruir con exactitud aquel sueño
pero sí conservaba la impresión de haber visitado con los DRONES
otra vez la casa de sus abuelos, cerca de las plataneras y los
establos al límite de la ciudad. Se levantó de la cama rememorando
el sonido de las campanas como en todos aquellos domingos casi rurales de su
infancia y no pudo reprimir unas lágrimas
imprevistas. Preparó el desayuno con una mano; tenía en la otra el
pañuelo con el que se secaba la nariz hecha gelatina por el lloro. Los
amaneceres de verano dilataban el tiempo hasta la llegada al colegio:
se levantaba con menos esfuerzo, se duchaba y se vestía con más
decisión y menos abrigo y, al final, se podía desayunar con tiempo
ganado, sin tanta prisa aterida a la espalda como en otras
estaciones, así que Frasca tuvo tiempo ante el café con leche para
pensar a santo de qué había venido aquel sueño con DRONES capaces
de viajar al pasado, que ya le gustaría a ella. La noche antes había
visto en la 2 un reportaje científico sobre la relatividad del
Tiempo y el Espacio. Sería eso, pensó. También recordó de
improviso el rumor de que Gedeón, el profe de Matemáticas, había sorprendido
dos veces a través de las ventanas un DRON suspendido en el aire y
que la dos veces el bicho desapareció planeando silenciosamente.
Pero, ay, ese Gedeón ya se sabe: el tipo es un fantasioso, sentenció doña Frasca.
Hacía
mucho tiempo que a don Cleofás, de 5ºB, no se le venía ni
remotamente a la cabeza aquel trabajo de Literatura sobre El
Diablo Cojuelo que siendo estudiante le encargaron elaborar. Ni
recordaba en qué curso ocurrió ni quién le impartía aquel año la
asignatura, pero sí que la lectura de aquella obrita, incluso en
español antiguo, le hizo sonreír muchas veces. Y ahora le hacía
sonreír de nuevo, conduciendo hacia el colegio. Desde que oyó
hablar de DRONES sobrevolando el centro e invadiendo sus
dependencias, imaginó ese aparato con los mismos poderes de aquel
diablillo travieso que sabía la vida de todo el mundo. Imaginaba el
DRON con la capacidad de ver a través de los techos de las clases y
de los despachos sorprendiendo a cada quién en sus costumbres y
manías, sus auténticos estilos y recursos. Y eso que, lo más
probable, es que lo del DRON dichoso fuera cosa de Gedeón, que es
quien por lo visto lo vio, y mira que el tío tiene imaginación,
pensó Cleofás; a lo mejor lo que vio fue una paloma.
Doña
Paloma, la Orientadora, había oído decir en el progama La Noche
en 24 horas que, entre los oficios nuevos que proliferaban, el
que ofrecía más puestos de trabajo era nada menos que el de
conductor de DRONES. Lo dijo un periodista llamado Estanilao, que es
como se llama el novio de Paloma. Y a ese sí, pensaba ella, al
Estanislao de mis pecados le pondría yo un DRON sobrevolándole la
coronilla, y que le sacara películas de sus idas y venidas, a ver
lo que hacía y con quién se veía por ahí, que ése es un laja.
Menos mal, seguía ella pensando, que con las nuevas Tecnologías y
dando con las aplicaciones adecuadas, a los adúlteros y traidores se
les van a poner las cosas difíciles muy pronto, pues el amor es el
amor y a veces hacen falta evidencias como castillos para
desengañarse de un perfecto caradura. De todas maneras, a Paloma la
Orientadora le extrañaba que ese nuevo trabajo, el de conductor de
DRONES, estuviera dando tantas oportunidades como decía el
periodista. No lo había oído nombrar hasta ahora y no conocía a
nadie que hubiera salido del paro con un empleo así. Aquello
resultaba tan extraño como el rumor que corría sobre Gedeón; le
costaba creer que éste hubiera visto un DRON o dos sobrevolando los
pasillos. Dicen que es un soñador y un pelín romántico... no como
Estanislao. Ya le preguntaría ella misma a don Gedeón cuando tocara orientarle
sobre sus alumnos especiales, que en este curso eran varios: un
disléxico, dos hiperactivas y un caracterial de cuidado.
Gedeón
creía no haber dicho a nadie que vio al DRON cierto día -se habría
olvidado-, así que le extrañó que doña Frasca le preguntara por
eso y además le insistiera en lo fantasioso que era él, cuando ella
le estuvo hablando de no sé qué viajes al pasado con el pañuelo en
una mano, llorosa y moqueando de lo lindo. Don Cleofás también le
vino con lo mismo y bromeó sobre lo quimérico que decían que era,
pero no se privó de entretenerlo disertando sobre cierto diablo cojo
y cotilla que andaba por Madrid en el siglo XVII; él sabría. Tres
cuartos de lo mismo con doña Paloma la Orientadora: dale con los rumores de que era un visionario y que flipaba, pero
ella bien que hablaba sin empacho sobre conductores de DRONES;
además, la mujer le estuvo llamando toso el tiempo Estanislao, a ver a santo de qué.
A
la salida, don Gedeón confió en que nadie más le diera la vara con
lo mismo, y se entretuvo en especular mentalmente sobre sobre el modo
matemático de cortar equitativamente una pizza, sin trampas.
Justo en la puerta lo abordó nada menos que el sustituto Torres, el
más huidizo y taciturno de los sustitutos, para hablarle, también él,
de la misteriosa y pequeña nave:
-Yo
siempre los pillo, Gedeón, a los DRONES -le susurró- porque no sé
si sabes que son varios... Cuando son enemigos y los veo venir a
tiempo agarro la manguera del huerto y los chorreo desde abajo, para
descontrolarles el vuelo. Eso a los malos, digo, a los que vienen
de la nebulosa Trion. Así los dejo en manos de la flota de los
micinos, soldados de la Princesa Micina. Pero, claro, a veces éstos
están lejos, enviados a llevar soles concentrados a los agujeros
negros esos y aclararles toda la materia oscura. En esos casos me veo
solo, defendiendo la posición hasta que Rucano, Gran Sacerdote de la Princesa Micina...
¡Rediez!, pensó Gedeón a modo de resumen.
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