martes, 29 de agosto de 2023

EL SCAT


 

La niña negra de la clase vino a la mesa de la maestra y con una sonrisa muy muy grande le dijo que su abuelo se había muerto. Yo me quedé parado del mosqueo que cogí y sin darme cuenta aplasté el trabajo de plastilina que la maestra me estaba corrigiendo. A mí se me murió un abuelo y lloré muy muy mucho y estuve triste. Pero mi asombro fue más grande cuando la maestra, en vez de decirle que no hay que sonreír así cuando se muere un abuelo, la atrajo hacia ella, la abrazó y le dijo cuánto lo siento, Sarah, mi vida. (La niña negra se llama Sarah y seguía sonriendo, la muy burra). Peor fue cuando a la tarde le confié a mamá que pensaba hacerle a Sarah una ahogadura el día de la piscina, por mala nieta. Mamá abrió mucho los ojos y me dijo que ni hablar, que me olvidara del asunto y que hablaría con Araceli (Araceli es la maestra) para tenerla sobre aviso. (Mamá chivata, lo que me faltaba). Entonces, mamá quiso recordar quién era Sarah y miró las fotos del curso y dijo “Anda, pero esta niña es clavadita a Sarah Vaughan” y me aclaró que era una cantante muy célebre y siguió diciendo “qué simpática, encima son tocayas” y buscó música de esa mujer en el ordenador y yo me divertí mucho porque la voz de aquella mujer podía ser muy gruesa, muy gruesa (como la de Sarah) y muy muy finita (igual que Sarah) y además cantaba con ruidos diciendo durin-duri-ri-ri-ri-ro o bibibo-biiiinan y yo me puse a inventar cantos en ese plan y lo pasaba comanche. Mamá me dijo que ese canto se llamaba Scat, pero a mí me daba igual y seguí inventando scats hasta la hora de la cena. ¡Qué gozada! Y al día siguiente seguí inventando scats en la clase sin darme cuenta y, de repente, me quedé parado cuando vi que la niña negra me miraba contenta recostando la cabeza sobre su mesita y con los ojos brillantes y se puso a cantar scats ella también, pero muchísimo mejor; y al ver que cantábamos juntos, la maestra nos dejó improvisar (creo que dijo esa palabra) un ratito.

A mí me empezó a caer bien Sarah y hasta llegué a olvidarme de la ahogadura que le tenía jurada para mis adentros. Pero lo que yo no me esperaba era que mamá me había preparado una reunión a traición con ella y con Araceli en la clase. Entre las dos me hicieron entender (algo, un poquito) que la niña no sonreía porque disfrutara con la muerte del abuelo, sino porque a lo mejor no sabía qué era morirse y pensaba que se había ido a hacer algo nuevo y muy especial, tan especial que a ella se le acercaría mucha gente a sonreírle, a hacerle caricias y se vería como la princesa de un cuento. Y yo diría que casi me convencieron, pero aquella reunión preparada por la espalda me había sentado mal y aún pensaba un poco en la ahogadura, esta vez sin decir nada.

Pero al siguiente día, nos acercamos en el patio Sarah y yo y nos pusimos a hablar. ¿Qué cómo fue? Pues que ella hizo señales con la mano y yo me puse a andar hasta ella. Así es como fue. En una de las gradas del patio le conté cómo había conocido el Scat. Y ella me contó que su familia venía de un sitio donde se despide a los muertos con músicas y bailes porque han dejado de sufrir y se van con el Señor. Me preguntó: “¿No has visto pelis de Nueva Orleans?” Le dije que no, pero que ya mamá me buscaría algo en internet. Y yo, qué quieren que les diga, no podía meterle ahogaduras a toda su familia y ella me caía mejor y enseguida nos pusimos dura-dura-dura-babaduaaa. Qué gozada.

Por supuesto, el día de la piscina vinieron mamá y papá. Dijeron que porque la actividad era muy bonita, pero venían a vigilarme, los capullos. Yo lo sabía y ellos lo sabían. Y Araceli lo sabía y hasta Sarah ya lo sabía. Mamá y Araceli se miraban extrañadas de que Sarah y yo estuviéramos todo el rato juntos alrededor de la piscina de goma que nos inflaron en el patio, menos cuando nos tocaba ocupar nuestros puestos en los juegos. Y al final, cuando todo acabó, papá y mamá saludaron a Araceli, que no dejaba de mirarme y de golpe me preguntó: “Y dime, caballerito, lo tuyo con Sarah es de amigos o de novios”. Creo que cerré y abrí los ojos varias veces porque ella no me despegaba los suyos. Al fin le contesté que era el Scat: “Es el Scat, maestra”.


Del libro colectivo solidario Alar de rosas.

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