lunes, 15 de febrero de 2021

Casi añoro las (no tan) viejas postales


Lo de casi es porque no han desaparecido; siguen viajando de un lugar a otro, a veces con diseños audaces e innovadores, aunque cada vez más ceñidas a los temas de las efemérides: cumpleaños, aniversarios, navidades...

Reconozco que ya apenas las uso ni las recibo, aunque no me cuesta imaginarlas siempre con chispa colorista, como tuvieron desde los tiempos en blanco y negro, con detalles candorosamente coloreados -cuando no bordados- sobre la cartulina, o directamente pintadas de la cabeza a los pies. Más tarde, con mejor técnica, han viajado en vivísimas reproducciones fotográficas en color, alegradas con una impecable nitidez y una envidiable (y profesional) definición de imagen, mostrando la belleza de paisajes inefables, o la animación de escenas urbanas, o las obras artísticas de cualquier lugar.

Viajeras o no, siempre eran alegres por su estética y sus palabras, porque se agotaban casi en el saludo y en oportunas indicaciones de ubicación, y porque para la brevedad con amargura ya existían el telegrama, o la esquela, o la multa, o la citación judicial. Había además en las postales un modo desenfadado de renegar de aquella brevedad, desbordando el espacio destinado a la escritura con o sin renglones impresos, aprovechando todo el espacio posible de la cartulina para contar lo que fuera o mandar recuerdos. Era una manera ahorrativa y lúdica de (casi) convertirlas en cartas.

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