domingo, 28 de marzo de 2021

AQUEL TEATRO (CASI) MÍO. LIBRETOS, DUDAS Y ESCENARIOS


Para Ainoha Quevedo

No hace mucho tiempo, lo crean o no, el teatro se leía; era un género literario tan aceptado como la novela por el público lector, que asimismo lo disfrutaba en representaciones teatrales frecuentes y en espacios dramáticos de televisión como Estudio 1. También contribuían a sedimentar aquella afición general unas olvidadas colecciones baratas de libretos teatrales que facilitaban la memorización, el subrayado y la consulta rápida de los textos teatrales pero siempre después del goce y el asombro que ofrecían en las obras de cualquier tiempo y lugar. Aquellos libretos humildes facilitaban montar cuadrillas de aficionados que más adelante necesitarían encontrar local, escenario, muebles, vestuario y, sobre todo actores de ocasión para completar el reparto, actores que, por amistad o compañerismo, se dejarían instruir en los ensayos hasta alcanzar los gestos y la entonación convincentes. Todo de un modo parecido a lo que ocurre en la película Shakespeare enamorado, donde al final las cosas salen bien a pesar de los mimbres iniciales y los contratiempos que se van presentando, pues montar una obra fugaz a cargo de aficionados y novatos es adentrarse en los lindes de la magia.

El escenario impone; sobre sus tablas o baldosas no solo juega en contra la inexperiencia, también la vergüenza hace de las suyas: se habla o se lee con la cabeza gacha, la actriz que pretende hacer caricias más bien da empujones, el chico que ha declamado un fogoso fragmento se da la vuelta y se desentiende de la escena como si ya no estuviera ahí o como si no fuera parte del drama sino un taburete; los más resueltos y de natural intenso por guapos, simpáticos o líderes puede que se encojan sobre sí o se queden rígidos como si se hubieran tragado un palo. Se dan deserciones o accidentes en medio del camino y puede que hasta presiones haya para que cuanto antes se deje libre el local que se consiguió prestado.

Pero vayamos por partes antes de disolver la compañía con su atrezzo, sus apuntadores, sus decoradores mañosos o espontáneos, su director sufrido y sus actores. Se empieza a menudo con sesiones de teatro leído que ayudan a entender y fingir sin que a nadie le agarrote el miedo; las fastidiosas correcciones del director cada vez van siendo menos necesarias; los textos aprendidos de memoria facilitan el dominio sobre el personaje y procuran la deseada naturalidad; se puede revelar una actriz genial en una chica que no sabía que lo era y finalmente se crea un vínculo capaz de trasladar al grupo artístico con su utillaje de un local a uno nuevo, si fuera preciso, aprovechando lo que se ha aprendido y trabajado en el anterior. El día mágico y emotivo del ensayo general se sorprende a sí mismo cada quien construyendo, y viendo construir, un conjunto armónico y con sentido a lo que fue fragmentario, azaroso, caótico y desalentador; es como para buscar lugar y momento donde desahogar la emoción. El día del estreno, por supuesto, tiene la fuerza de una celebración pública donde a veces se logra embargar al respetable en el interés del drama representado con más o menos risas, con más o menos desgarro, pero en cualquier caso ese día es deudor de ese trabajo anterior en que se ha tenido el valor y el gozo de dar vida a la misma pieza imaginaria que se leyó.

Desde mi escaso y lejano conocimiento de las tablas, desde mi lectura ya infrecuente de las obras, me pregunto si un teatro que no descanse en el conocimiento lector, en el reconocimiento del teatro como creación, con sus claves de época y tendencias, no será un teatro al mínimo a la hora de buscar, conocer y escoger creaciones para el acontecimiento teatral, y lo mismo a la hora de a apreciarlo y disfrutarlo frente a la escena. Vale que empezó siendo escuela colectiva y entretenimiento para el pueblo analfabeto, pero también fueron enseñanza en imágenes las pinturas de Altamira, los frescos de la antigüedad o las vidrieras medievales, y ahora tienen otra función, otro valor.


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