No
miré cuál sería aquel canal que empezaba a interesarme -en la pantalla no
aparecía su anagrama- pero por nada del mundo me habría perdido un solo instante del documental que estaba viendo para intentar averiguarlo. Sin embargo, ¿qué
canal sería aquél que se arriesgaba con un reportaje científico tan avanzado, en
fondo y forma, como el que había encontrado sin proponérmelo? Sería interesante
saberlo para acudir a él en futuras ocasiones.
Mi
visión y mi mente estaban entregadas a la plancha circular que giraba con
lentitud, en posición casi horizontal, en la parte inferior de la imagen que
proyectaba la pantalla. Tal superficie circular, iluminada desde arriba por un resplandor
anaranjado, dejaba ver una superficie que me recordaba vagamente a la famosa esfera
de Copérnico que he visto en algunas fotos.
No
había nada más: bajo la luz, sólo el plano circular que simbolizaría –adiviné-
no ya la Tierra sino el Universo. Bien habrían podido los creadores del
programa simularlo con más lujo de detalle y colorido, y hacerlo girar
con algo más de rapidez, acompañando las imágenes de explicaciones habladas.
Pero no: eso habría sido lo fácil, eso le habría quitado su carácter
verdaderamente formativo e innovador. Era necesario -comprendí enseguida- que
la plancha circular girara y girara en silencio en medio del gran vacío y con
la lentitud necesaria para que los televidentes contrastaran la apabullante
lentitud del Cosmos con el precipitado calendario que mide nuestra fugacidad;
era necesario asimismo que se prescindiera de explicaciones para aproximar a
nuestra intuición el magnífico silencio donde se hallan rotando, no
insignificantes planetas, sino sistemas enteros con sus soles, y las galaxias a
las que estos pertenecen también en rotación sin fin en torno al Universo hasta
ahora concebido.
Me hallaba, verdaderamente, ante un modo de divulgación
revolucionaria, no basada en la obvia transmisión informativa sino en la
inmersión del espectador en esa realidad lejana a nuestras coordenadas
habituales y formada por entidades cuánticas, agujeros negros y demás
extravagancias. Sólo una cosa no llegaba a entender, algo que no encajaba en la
enseñanza intuitiva del documental. ¿Por qué se acompañaban los lentos giros de
la plancha circular con un zumbido constante donde debía reinar un
escalofriante silencio? Aquello, a mi modo de ver, no casaba en nada con la audacia pedagógica a que parecía responder la idea de aquello, pero alguna
explicación tendría si yo lo meditaba… Y en ello estaba cuando de repente se
encendió la luz de la estancia y vi acercarse a mi mujer, que clavaba en mí su
mirada perpleja con verdadero interés científico. “¿Pero qué haces a oscuras en
la cocina -me preguntó- y mirando tanto el microondas?”
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