Oh,
beldad mía, entonces di a los crueles gusanos
que
contigo tendrán un festín de besos,
que
conservo la forma y la esencia divina
de
estos amores míos que son polvo.
(Charles BAUDELAIRE)
Había conocido algo de la poesía de
María José Vidal Prado por las frecuentes piezas sueltas que esta
escritora ofrece generosamente en las redes sociales y en su blog. Me
había acostumbrado ya al sorprendente dominio de la expresión que
le permite, con una magistral condensación de lenguaje, arriesgar en
ocasiones cierto tono de desenfado, y hasta rozar la trivialidad con
leve dejo de humor, sin restar en nada el alcance conmovedor o
trágico de muchos versos suyos. Por este juego hábil y heterodoxo
entre registros diversos, casi en cada poema María José suspende el
ánimo del lector verso tras verso haciéndolo esperar un lacónico
cierre propio del epigrama, un inseguro escape hacia el ensueño o la
persistencia del suspense expresivo.
En su libro poético Historia de un
jardín muerto y un pájaro rojo (Ed.
Vibrubio, Madrid, 2015) María José Vidal Prado, que también
es narradora, nos ofrece con toda su capacidad poética justamente lo
que anuncia el título, una historia, una vaga narración subyacente
que empieza en el esplendor de la hierba juvenil, como un mundo
irrecuperable:
De repente todos nos miramos: teníamos
una belleza alucinante,
una belleza demencial, una belleza que
nunca antes
habíamos tenido.
Besamos nuestros fríos labios.
La ventana se abrió.
A partir de ese momento, se habita
página tras página un jardín donde el amor, el lenguaje, la
infancia se ven cercados por una literalidad mortuoria en espantosa
concreción. Apenas puedo ahora mismo encontrar un antecedente del
apogeo de tanta sensibilidad vital en coexistencia con la muerte si
no es en algunos poemas de Baudelaire.
Historia de un jardín muerto y un
pájaro rojo y su autora han atraído la atención de autores y
reseñistas en varios puntos de la geografía editorial, sobre el
papel y en la Red. El escritor Santiago Gil dice de ella: Su
poesía está llena de imágenes que te hacen levantar los ojos del
libro sobre la marcha; pero al mismo tiempo es sentenciosa y precisa,
a veces casi visionaria, otras oscura, y siempre sorprendente y
profunda. Y no hay verso que no lleve un mundo debajo de cada una de
sus letras. Te acerca al humor y a la ironía valleinclanesca o se
adentra entre las sombras de Leopoldo María Panero, tiene un poco de
Silvia Plath y de Pizarnik y hubiera querido ser la hermana que no
tuvo Hamlet cuando salió del castillo de Elsinor. Y el crítico
José Alonso Girgado, en párrafos certeros, garantiza que en este
libro se encuentra “ una voz
culta, pues, que ha esperado y ha vivido antes de entregar, sin
alharaca publicitaria alguna, este primer fruto: algo más de sesenta
poemas breves (alguno mínimo) configurados en cuatro apartados de
equilibrada extensión. El conjunto se atiene a la forma general del
tema con variaciones. La summa lírica se ancla en una conciencia en
crisis que busca y se busca entre mucha tiniebla y alguna pálida
luz. La voz poética, ante la muerte, se hace fría serenidad o
inútil pugna por sobrevivir. Cualquier tentativa de retorno de los
seres y las cosas no pasa de un doloroso espejismo”.
Breve
muestra de textos
DESPUÉS
Buceo en la tierra de tus huesos.
En la médula
de tu mirada antigua.
Las hojas
cuando nos consumimos,
somos una.
Algún insecto canta tu canción.
Ya la vida me arroja fuera de tu
cuerpo,
arrasando ciudades enteras,
aplastando de un manotazo al mosquito.
Cada uno sigue a lo suyo,
acariciando un cabello sedoso o
acarreando ladrillos.
Y el zumbido ha cesado.
Yo no era más que una sombra en el
jardín,
sobre la que picoteaban los pájaros
todo lo que caía del mantel
cuando volaba,
las huellas de los dedos, la malicia,
alguna vez el pan.
Mi sombra
crecía tanto
que llegaba a parecer un árbol
dormido,
soñando a los que trepan por sus
ramas,
ajenos a las sombras.
REESCRITURA
Si la desintegrada mente
pudiera fabular otro final.
Sin principio
ni narrador,
sin ninguna intención
esta vez.
Anidó en la piedra muerta.
Me recordó que aún no me cubría la
tierra.
Pero yo le dije
mira la tarde inmóvil,
mira la sombra del roble exactamente
igual que entonces,
mira las sábanas
sobre los muebles detenidas.
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