En el café. Kika Selezneff |
Doña
Valentina no observaba apenas a Gedeón, para qué; le era ya
familiar, demasiado familiar, verlo corregir ejercicios en la sala
del café, con la taza al lado, dejando con frecuencia que el cortado
se le enfriara sin darse cuenta, como también era previsible verlo
levantarse para recalentar el líquido en el microondas, en ocasiones
más de una vez; ése era el único momento en que él alzaba la
vista de los papeles, sin decir ni media, sin ocuparse de quién
entraba ni de quién salía.
Don
Gedeón tampoco reparaba en Valentina; estaba demasiado acostumbrado
a verla calentar café nuevo de un modo resolutivo y casi automático
cada vez que llegaba, y disponer sobre la mesa, en platitos de cartón
con cubiertos de plástico, algunas de las galletitas, pastelillos o
bombones que quedaran en la amplia alacena, haciéndolo todo con un
dinamismo tan maquinal y silencioso como si pensara marcharse de
inmediato después de beber un sorbo, como una ejecutiva sin tiempo.
Pero esta vez Valentina, inesperadamente, detuvo en seco los pasos en
una de sus vueltas entre la alacena y la cafetera eléctrica, abrió
los ojos sorprendidos y se giró sobre los talones observando
intrigada los ejercicios que corregía Gedeón.
-Disculpa
-le dijo-, pero me he fijado cuando paso cerca y veo que
las notas que pones son todas de nueves y dieces, nueves y dieces...
Chico, ¿tan bien te va?
Gedeón
sonrió con modestia antes de confesarle que se trataba de los
exámenes de los empollones, siempre empezaba por ahí para animarse
a corregir los ejercicios: "¡Ya vendrán después otras notas,
ya!", pronosticó. Valentina apenas concedió un gesto de
comprensión a su compañero y se dirigió de nuevo a la cafetera
eléctrica. A la vuelta se sentó frente a él, le puso delante una
taza con café nuevo y le acercó la lata grande que contenía una
buena variedad de galletas en cestitos de papel plisado. “Para que te animes aún mas”, le dijo. Él tan sólo dirigió los ojos sobre las gafas hacia
las novedades de la mesa y le dio las gracias a Valen, después continuó a
lo suyo.
-A
cuerpo de rey estás, ¿eh, Gedeón? -le preguntó Valentina- No es
el Cafetín de Buenos Aires, ya te gustaría, pero no te
falta de nada. Si acaso, la música...
Gedeón
levantó la cabeza y arqueó las cejas sorprendido, por las
atenciones y por la mención al histórico tango. No se lo esperaba en
ella. Y Valentina sonrió como si hubiera previsto su sorpresa.
-¿Qué
te creías, que sólo tú conocías de tangos? Tienen letras
preciosas, soberbias, y yo soy la de Lengua y Literatura, no lo
olvides. Cafetín... es para mí casi el mejor, como
poema -opinó Valentina, y arrancó a canturrear con voz muy
suave: “... Nací a las penas /bebí mis años /y me
entregué sin luchaar”.
-Ya
veo que te gusta -le reconoció Gedeón. Y se le ocurrió proponerle, tan sólo hablando por hablar-: ¿Qué
tal si montamos aquí un día del tango, tú y yo, como actividad
específica de tu Lengua y Literatura? Hay días en el año para todos
los asuntos, así que por qué no... Y que acabe todo el mundo
hablando lunfardo, que se arme una buena. Yo aporto los discos.
-¡Che,
malevo! -replicó Valen de inmediato-, soy la de Lengua
(...Castellana) y Literatura, no lo olvidés. El lunfardo es
casi otro idioma y yo no soy una entendida, tal vez tú sí -dijo, y
se llevó la taza de café a los labios; después le arrimó aún
más el cortado a Gedeón, incitándolo a tomarlo antes de que se le
enfriara.
“¡Lunfardo,
dices!; mirá que sos fanático,
Gedeón”, continuaba ella la broma cuando empezó a
oírse el tintineo seco del manojo de llaves del portero del centro,
cuyos pasos parecían aproximarse aunque de momento no se pudiera precisar a qué
distancia estaba ni si en realidad se dirigía a la salita. Esperaron guardando un silencio momentáneo y el sonido de las llaves fue en aumento. Serafín apareció
finalmente en la puerta con su ropa de faena, el llavero abultadísimo
al cinto, y saludó antes de entrar.
-Llegas
a tiempo, Serafín. Hay café recién hecho -informó Valentina al
portero y se dirigió a Gedeón, avivándolo-: ¡Pero don
Gedeón..., ofrezca usted unas galletas a nuestro guardián de
bienes, de esas que tiene ahí cerca!
-¿A
nuestro qué...?
-Se
llama guardián de bienes, que no portero. Ya has aprendido algo
nuevo, ¿ves? Soy la de Lengua y Literatura.
Serafín,
guardián de bienes, rechazó las galletas con una sonrisa y se apoyó
en un lado de la puerta con la tacita de café en la mano.
¿Sabes,
Serafín? -dijo Valentina-, los porteros (los guardianes de bienes)
son los
personajes más alucinantes y misteriosos de los colegios.
Nunca se sabe dónde están ni por dónde van a aparecer, siempre
precedidos por el ruido de sus llaves, que los anuncian pero sin
descubrirlos; cuando hay silencio por esos pasillos se oyen las
llaves por más tiempo y alargan el misterio. Conocen lugares del
edificio donde nadie ha puesto la vista ni sabe qué puede haber, si
es que a alguien le interesa: sótanos, pasadizos, desvanes,
pozos... Conocen materialmente las tripas de la iluminación y la ferretería de todo este decorado. Y a eso hay que
añadir (ojo) lo que van sabiendo discretamente de todos a
lo largo del tiempo, la historia acumulada de los cursos y de los
equipos que se han ido sucediendo, la cara oculta de los
acontecimientos...
Cafetín de Buenos Aires, José Marchi |
-¡Ya
será menos..! -repuso Serafín, cabeceando y sin abandonar una sonrisa tímida.
-Dime
una cosa -inquirió Valentina-: tú que estás en todas partes, ¿no
te habrás topado en algún momento, por algún sitio, con el DRON de
don Gedeón, aquí presente? Es sabido que un día vio, o creyó ver,
un DRON espiando por la ventana de su clase con malas intenciones, y después por la
ventana de un pasillo, y que el cacharro no se le ha vuelto a
aparecer desde entonces, aunque todo el mundo se ha quedado con la
duda y ya hay otras personas que fantasean mucho con el DRON de don Gedeón.
Lo
había dicho así y lo había repetido: “el DRON de don Gedeón”,
proclamando el fenómeno como un ser real y notorio, a cuya relación
-ya del dominio público- Gedeón tendría que resignarse por un
tiempo, sobrellevando la curiosidad, la desconfianza o la guasa de
quien quisiera recordarle aquella aparición voladora. La misma
alusión de Valen y sus preguntas del momento parecían responder a esas tres
intenciones: la curiosidad, la desconfianza y la guasa, como si brincara de una a otra alternativamente y no pudiera saberse en cuál de ellas se establecería al fin.
-¿Eh,
Serafín? -persistió Valentina-, ¿no has visto volando por ahí nada
parecido? Ese artefacto debería llevar un cascabel, algo colgado que
anunciara que está cerca, como a ti te anuncia el llavero. Claro que
tal vez no sea cosa real sino imaginada, o algo mágico, o tal vez
sea un enviado de poderes que están más allá de nuestro control, quién sabe, para vigilarnos. En ese caso... ¿quién le pone el cascabel al DRON?
-En
ese caso -intervino Gedeón- daría escrúpulo intentarlo. Nadie
pondría ese cascabel... ni al gato.
-¿Has
dicho “escrúpulo”...de verdad has dicho eso? -preguntó
Valentina con cierto asombro en la mirada- ¡Es curioso, es realmente muy, muy curioso..!
Miró
a uno y a otro sin desvelarles qué era tan, tan curioso, manteniendo el
suspense y la expresión de asombro.
Gedeón y Serafín intercambiaron discretamente una mirada de desconcierto. El
portero había cambiado de repente la amable y tímida sonrisa por un ademán interesado y
grave. Gedeón arrugó el entrecejo fijando dos ojos como dos signos de interrogación en su compañera y, al fin escamado por la intriga, le preguntó casi ofendido si por
casualidad él había empleado mal la palabra “escrúpulo.”
-Está
bien empleada, pero no se trata de eso -Valentina miró a uno,
después al otro, cada vez más picados por la incómoda curiosidad-.
Es como si hoy todo se concatenara -explicó- y todo guardara relación
de un modo sorprendente (el DRON, el llavero, el cascabel, el escrúpulo): ¿saben cómo se llama el pequeño grano
interior que hace sonar un cascabel? -y volvió a hacer una pausa dramática, sin desvelarles la respuesta todavía -En realidad es prodigioso.
-Rediez,
dínoslo ya... ¿Cómo se llama? -apremió Gedeón.
-¡Espera,
hombre!, los estoy preparando porque esto es demasiado hermoso y aquí
hay corazones sensibles -advirtió Valentina. Serafín hizo señas de que ya se tenía que marchar y ella unió sus manos en forma de ruego para que esperara un instante más-. Pues
atiendan: el grano que hace sonar el cascabel por dentro se llama
es,cru,pu,li,llo -dijo enfatizando cada sílaba, y finalmente
repitió todo seguido-: ¡escrupulillo! ¿No es poético, no es maravilloso?
-preguntó a nadie en concreto-. A mí es que esa palabra me llega al
alma, a lo más hondo...
Y
antes de que se le escapara un sollozo, les recordó que
ella era la de Lengua y Literatura.
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