Si yo les dijera que existe una
narración de hace décadas (*) que aborda asuntos como el acoso escolar,
la integración y la homofobia cuando aún no se llamaban así. Si yo
les dijera que las circunstancias de esa narración se ambientan en
tiempos de crisis y pobreza. Si les dijera igualmente que en esos
tiempos duros los lazos familiares de los personajes les permiten
unirse para celebrar, al menos sin carencias alimenticias, una festividad
nacional. Si les dijera que el autor nos detalla con mano maestra los
platos y los postres de una gastronomía familiar de tradición
campesina suculenta... de los primeros platos a los postres.
Tal vez si les dijera todo eso, ustedes
pensarían que una historia así, de existir, habría tenido que ser
ya muy reeditada y leída en una época de estrecheces que muchos han
sorteado gracias a la pensiones de los abuelos y demás ayudas de la
parentela providencial; una época asimismo sensibilizada contra el
acoso, la homofobia o la marginación de los diferentes. Si, además,
existe un auge de la afición y competición culinarias rayanas en
el empalago, esa narración debería haber sido la narración de la
crisis, de esta gran recesión de la que no se sabe si hemos salido o
si vamos saliendo...
Pues podría decirles que añadan a
todo lo anterior que se trata de una obrita breve, de lectura fácil
y agradable, que en unos casos se ha publicado como novela corta y en
otros, como cuento literario. Para más inri, digamos también que la
personalidad de su autor, en un episodio con morbo de su vida, ha
sido recreada por el cine en una reciente película de éxito: Capote, protagonizada por Philip Seymour Hoffman. El escritor
Truman Capote, por lo tanto, le sonará incluso a mucha gente que no
lo ha leído en su vida -incluso a gente que no lee a nadie- gracias
a la pantalla grande, lo que no deja de ser un tirón.
(*) El invitado del día de Acción de Gracias, de Truman Capote
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